La semana pasada, en una reunión mantenida con el CFO de una empresa navarra de tamaño medio, éste me confirmó una tendencia que estamos observando en los últimos tiempos: los CFO´s, los D. Financieros o los Responsables de tesorería están trasladando la decisión sobre los criterios de cómo cubrir el riesgo de divisas a los Consejos de administración o a los Directores generales.
El motivo debería ser muy obvio: gestionar el riesgo de activos financieros (eso es lo que son las divisas) no tiene nada que ver con el resto de las tareas, capacidades, o recursos que se encuentran dentro de un departamento financiero.
La mayor parte de los directores financieros nos plantean que no utilizan herramientas ni técnicas específicas. Que son ellos quienes se ocupan de las divisas: “…porque cuando comenzamos a exportar yo comencé a encargarme de ello”, o “…mi experiencia se basa en muchos años gestionando las divisas y en utilizar la intuición lo mejor posible, siendo prudente”
La realidad es que las empresas se han centrado en invertir los recursos formativos o de sistemas de información para los departamentos financieros en cuestiones como flujos de caja, forecast, correcta contabilidad, automatización, auditoría, riesgo de crédito comercial, etc, pero nunca en gestión del riesgo de divisas.
Como decíamos, la tendencia se dirige a que los departamentos financieros sean “ejecutores” de los criterios que el Consejo o Director General quieran establecer como más idóneos, como forma de descargar la responsabilidad de una función que realmente poco debería tener que ver con un departamento financiero.
¿Y quién apoya a los Consejos de administración o Directores generales en esto? Porque hay Consejos y Directores generales muy capaces a la hora de dirigir compañías, pero es poco probable que tengan adicionalmente capacidades y habilidades técnicas específicas sobre cómo gestionar activos financieros.
En nuestra opinión, tanto los criterios como los procedimientos sobre cómo gestionar el riesgo de divisas son todavía un asunto que se encuentra «debajo de la alfombra» de la mayor parte de las empresas. Cuando éstas den el paso de levantarla verán una fuente de potencial mejora que utilizarán como ventaja competitiva sobre sus competidores.
Porque la realidad es que una empresa no compite consigo misma para obtener buenos tipos de cambio; compite para intentar que sus competidores no logren tipos de cambio sistemáticamente mejores que los suyos.